viernes, 3 de marzo de 2017

El día que me entregaron el terreno, donde estoy construyendo mi casa, no imaginé que ese lugar tan desértico me iba a cambiar la vida. Recuerdo el viento de aquel día como algo fuera de este mundo, algo irreal. "Esta es la zona más alta de Gallegos; no te vas a inundar nunca. Eso sí, el viento se siente más que en la ciudad" fue lo primero que me dijo el agrimensor. Y cuánta razón tenía. Aprendí mucho en estos cinco años; conocí personas solidarias: Mirta, Manuel, Ramón. Me hice amigo de los perros, de los cielos, más de una vez fui a parar al hospital por hacer un mal esfuerzo, recuerdo ahora el esguince que me hice llenando los tambores de agua. O el día que casi me saco un dedo, arreglando el alambrado que había tirado el susodicho. Pero, quizás, uno de los momentos más intensos fue la caída de la primera nevada. Ese día comprendí que estamos solos ante la vida, que un instante maravilloso nos priva de la eternidad.