lunes, 27 de marzo de 2017

No es cuestión de clase sino de pertenencia: el gorrión se enoja cuando le dicen ruiseñor.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Un estudio reciente reveló que Río Gallegos es la segunda ciudad más ventosa del mundo; eso es porque no tuvieron en cuenta al rancho plantado junto al camino.

martes, 21 de marzo de 2017

Cada vez que me junto a charlar con alguien, mi soledad se vuelve barquito de papel. Lo comprobé esta semana que no ha parado de llover. 

lunes, 13 de marzo de 2017

Lo poco que traigo puesto es el aullido del viento sobre los techos, la caída de la nieve sobre lo que se creía perdido. Un perro que ladra inventa el desierto. 

viernes, 10 de marzo de 2017

lunes, 6 de marzo de 2017

viernes, 3 de marzo de 2017

El día que me entregaron el terreno, donde estoy construyendo mi casa, no imaginé que ese lugar tan desértico me iba a cambiar la vida. Recuerdo el viento de aquel día como algo fuera de este mundo, algo irreal. "Esta es la zona más alta de Gallegos; no te vas a inundar nunca. Eso sí, el viento se siente más que en la ciudad" fue lo primero que me dijo el agrimensor. Y cuánta razón tenía. Aprendí mucho en estos cinco años; conocí personas solidarias: Mirta, Manuel, Ramón. Me hice amigo de los perros, de los cielos, más de una vez fui a parar al hospital por hacer un mal esfuerzo, recuerdo ahora el esguince que me hice llenando los tambores de agua. O el día que casi me saco un dedo, arreglando el alambrado que había tirado el susodicho. Pero, quizás, uno de los momentos más intensos fue la caída de la primera nevada. Ese día comprendí que estamos solos ante la vida, que un instante maravilloso nos priva de la eternidad. 

miércoles, 1 de marzo de 2017

La última noche de trabajo en el bowling recibí uno de los regalos más especiales: un pequeño frasco con agua bendita. “Ahora que te vas a trabajar de mañana la vas a necesitar. Es para que te cuide” me dijo el querido Juancito, compañero de tantas quincenas insufribles. Esa fue nuestra última charla; tomamos unos mates y luego nos pusimos a trabajar. Terminamos el turno, limpiamos las canchas y nos despedimos como siempre, con un abrazo. No sé cuánto tiempo ha pasado de aquella noche; lo cierto es que nunca volví a tener un compañero a la altura de Juancito, el pibe tigre del barrio Evita.