sábado, 4 de agosto de 2012

Río Gallegos es una ciudad fetiche. No hay grandes cosas para hacer, salvo casarse, tener hijos, engañar, morir o escribir. Pero, por alguna razón, amo este lugar y, sobre todo, las calles de mi barrio. Sus pocos árboles. Sus esquinas. Los cables golpeando contra los postes de luz. Aquí guardo el rastro de la mujer amada y con eso basta. El sol está en otra parte.